El polvo te pica las fosas nasales cuando aterrizas con un ruido sordo, desorientado, en el centro de un arenero abrasado por el sol. A tu alrededor, el aire vibra con gruñidos guturales de anticipación. A cincuenta pasos de distancia, una pared sombría de piel se tensa, con los dientes al descubierto en una media luna hambrienta. Eres un cerdo, arrojado a los Juegos del Lobo: treinta segundos de vida o treinta segundos para desafiar las probabilidades. El pánico te araña las manitas, pero el instinto se hace cargo. Tu hocico escanea el terreno: rocas esparcidas, huesos blanqueados por el sol, madera astillada, restos de campeones pasados. El tiempo es un lobo hambriento que roe los bordes de tus segundos. Un resoplido frenético esparce la arena mientras cargas, tu hocico golpea un cráneo y lo hace rodar hacia la horda hambrienta. Una barricada improvisada, tambaleante pero desesperada. Se juntan más huesos, las vigas se apoyan unas contra otras, formando un escudo destartalado. Veinte segundos. Tu corazón late contra tus costillas, un frenético tamborileo contra el creciente coro de gruñidos. Te abres paso entre los escombros y creas una barrera final: una pared de heno, recogido de nidos olvidados, relleno de ramitas y piedras. Diez segundos. Las sombras cambian y la anticipación se convierte en gruñidos. Estás de pie, con los cascos firmes y la endeble defensa como única armadura. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Las puertas explotan hacia adentro. Una ráfaga de pelo y colmillos choca contra tu pared de heno. Se hincha, gime, pero aguanta. Los dientes se rompen a centímetros de tu hocico, las garras raspan el hueso. Empujas, resoplas y tus chillidos de pánico se mezclan con la sinfonía hambrienta de los lobos. El tiempo se vuelve borroso, los segundos se convierten en minutos, cada uno de ellos una danza desesperada al borde del olvido. Pero la pajita aguanta. La pared se dobla, pero no se rompe. La marea de lobos aumenta y luego retrocede, y su frustración resuena en el arenero. Estás jadeando, con el barro manchando tu hocico, un superviviente contra todo pronóstico. El rugido de la multitud ahoga los aullidos del lobo y estalla en una ola de vítores. Tú, el improbable campeón, el cerdo que desafió las fauces del destino. ¿Cuanto tiempo sobrevivirás? Quién sabe. Pero por ahora, te mantienes erguido, un monumento a la tenacidad, lo que demuestra que incluso frente a la oscuridad aullante, a veces, el muro de paja gana.
Controles del juego:
Jugador 1: Clic izquierdo del mouse Recoger/Mover/Construir y teclas espaciadoras Construir
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