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En el corazón de la Casa Blanca estalló el caos. Las alarmas sonaron, rompiendo la calma habitual. El presidente Obama, inmerso en una reunión, escuchó el eco escalofriante de pasos en el pasillo. Un escalofrío recorrió su espalda al reconocer la escalofriante realidad: los intrusos. La adrenalina corrió por sus venas. Esta no era la primera vez que se enfrentaba al peligro y sus años en el cargo habían forjado una determinación férrea en su interior. Pero esto fue diferente. Éste era su hogar, su santuario, y ahora estaba bajo asedio. Sin dudarlo, se arrojó detrás del escritorio, un escudo improvisado en el torbellino del momento. Sus ojos entrenados vislumbraron figuras armadas corriendo por la puerta, rostros enmascarados y ojos llameantes de malicia. Pero Obama no sería un blanco fácil. Años de entrenamiento en el Servicio Secreto entraron en acción, su mente era un aluvión de opciones. Con un movimiento ágil, rodó debajo del escritorio, lanzándose hacia el respiradero escondido debajo de la alfombra. La adrenalina enmascaró el escozor del polvo y la arena mientras se escurría por el estrecho pasillo, con el corazón latiendo contra sus costillas. Sus agresores no se quedaron atrás y sus gritos enojados resonaron a través de las rejillas de ventilación. Emergió a una red laberíntica de pasillos, un territorio desconocido dentro de su propia casa. Pero cada giro y giro quedó grabado en los planos del Servicio Secreto, grabados en su memoria a través de innumerables ejercicios. Corrió hacia adelante, zigzagueando por el laberinto, con la mente tan aguda como la espada que ahora sostenía en la mano: un recuerdo de una visita diplomática anterior, ahora transformado en un símbolo de desafío. La Casa Blanca, que alguna vez fue un símbolo de paz y democracia, ahora era un campo de batalla. Pero Obama, su protector, se negó a rendirse. Superó a sus perseguidores y utilizó su conocimiento de los pasadizos ocultos y los protocolos de seguridad del edificio para mantenerse a la cabeza. Cada esquina doblada lo acercó a la seguridad, cada obstáculo superado fue un testimonio de su coraje y resistencia. Finalmente, llegó al túnel de escape oculto, una reliquia de la época de la Guerra Fría, olvidada hace mucho tiempo pero, de repente, su salvavidas. Con un último estallido de fuerzas, bajó la escalera y emergió a la seguridad de la noche. Las luces de la Casa Blanca ardieron detrás de él, un grito silencioso de violación. Su huida fue una victoria, pero la batalla no terminaría hasta que detuvieran a los intrusos. Aún así, Obama se mantuvo erguido y el eco de los disparos fue reemplazado por el silencioso susurro de esperanza. Había sobrevivido, y mientras lo hiciera, también lo haría el espíritu de la nación que representaba.
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